Andrea tiene una energía arrolladora que no pasa desapercibida. Cada vez que entra en una habitación, todos los ojos se posan en ella, atraídos por la fuerza de su mirada, esa que desliza como una caricia invisible. Sus labios, llenos y perfectos, siempre parecen a punto de sonreír, como si supiera exactamente el efecto que tiene sobre quienes la rodean.
Su cuerpo tiene la gracia de una diosa, con curvas que parecen esculpidas a mano, y su piel… oh, su piel, suave y cálida, como si pudiera incendiarse al contacto. Cada movimiento suyo tiene una sensualidad natural, como si el solo hecho de caminar fuera un acto de seducción.
Cuando se acerca, el aire se carga de una electricidad palpable, como si el mundo se detuviera por un segundo, y entonces sabes que no hay escape, que el deseo está en el aire, pero solo ella sabe cómo encenderlo. Cada palabra que susurra, cada gesto que hace, se siente como una invitación a un juego más profundo, uno en el que no quieres, pero tampoco puedes resistirte.